15 feb 2007

El Báltico de Oscar

Primero todos queríamos ir a pie a Glettkau, pero luego, sin decir nada, tomamos el camino opuesto, el camino del muelle. El Báltico ancho y perezoso, lamía la arena de la playa. Hasta la entrada del puerto, entre el blanco faro y el muelle con su semáforo no encontramos ningún alma viviente. Una lluvia caída del día anterior había impreso en la arena su tramado uniforme, que resultaba divertido dejando encima las huellas de nuestros pies descalzos. Matzerath hacía brincar sobre el agua verdosa pedazos afilados de ladrillo del tamaño de un florín poniendo en ello mucho amor propio, en tanto que Bronski, menos hábil, entre uno y otro ensayo se dedicaba a buscar ámbar, del que efectivamente encontró algunas astillas así como un pedazo del tamaño de un hueso de cereza, que regaló a mamá, la cual corría descalza igual que yo, y a cada rato se volvía y mostraba encantada sus propias huellas. El sol brillaba con prudencia. El tiempo era fresco, claro y sin viento; a lo lejos podía reconocerse la franja que formaba la península de Hela, así como dos o tres penachos evanescentes de humo y, subiendo a sacudidas por encima de la línea del horizonte, las superestructuras de un barco mercante.
Günter Grass, El Tambor de Hojalata

No hay comentarios.: